La Risca del Río Moros, en Valdeprados es un hermoso pueblo del que pocos han oído hablar

4 de diciembre de 2025 Valdeprados

Valdeprados es un hermoso pueblo del que pocos han oído hablar, incluso en Segovia, que es donde está, a 25 kilómetros al suroeste de la capital, en la falda de la sierra de la Mujer Muerta. Se encuentra en un entorno salpicado de prados, trigales, alamedas y aguas que bajan bullidoras de las montañas. Y tiene uno de los caseríos mejor conservados de la provincia, con viviendas tradicionales de piedra, una iglesia de estilo herreriano –la de Santa Eulalia de Mérida– y, lo más vistoso de todo, una torre medieval, la de los Condes de Puñonrostro o del Caballo Moreno, de cuatro pisos y con balcones amatacanados, en lo más alto de la cual, un corcel negro galopa con el viento en forma de veleta.

El pueblo de Valdeprados tiene también una bonita leyenda que explica por qué los Puñonrostro aparecieron por aquí y levantaron esta torre. Dice la leyenda que el señor de Puñonrostro se batió en duelo en nombre de Enrique IV y que este, agradecidísimo, le regaló un espléndido caballo negro con herraduras de oro y le prometió darle pleno dominio sobre las tierras donde el corcel se detuviese tras galopar a su albedrío. Desde el Alcázar de Segovia, donde el rey gobernaba Castilla, el cuadrúpedo corrió hacia el suroeste, siguiendo la falda de la sierra de la Mujer Muerta, y al llegar a Valdeprados cayó rendido. Suerte que no corrió un kilómetro más, porque se hubiera precipitado al cañón de la Risca y las aguas rugidoras del río Moros hubieran acabado con la promesa del soberano.  

DE VALDEPRADOS AL CAÑÓN DE LA RISCA
Cerca de la torre del Caballo Moreno, junto a un antiguo potro de herrar que hay en la calle Camino de las Minas, descubrimos un panel informativo que nos ilustra sobre la ruta de la Risca. Al principio es una pista asfaltada que lleva de Valdeprados a la finca de Navasotero, luego se transforma en otra de tierra que rodea dicha propiedad y enseguida se adentra en una chopera que el otoño pinta del color de la miel y que convierte en un dulce suspiro, de no más de un cuarto de hora, el camino hasta la orilla del río Moros. Aquí hay un puente que no cruzamos y hay una portezuela peatonal giratoria que franqueamos para seguir una senda que gana altura por la cada vez más escarpada margen derecha.

De la amarillenta y frágil roca caliza, pasamos súbitamente al grisáceo y duro gneis en que está labrado el cañón de la Risca. Del río manso entre alamedas al Moros bravo que corre encajonado entre paredones de 40 metros, sin más compañía que alguna encina equilibrista, las dueñas del cielo –águilas imperiales, milanos reales y aviones roqueros– y el atónito senderista que observa todo desde un mirador. La Risca es deslumbrante y atronadora como un rayo, y también muy breve. Tan rápido como se cerró, el valle vuelve a abrirse a la llanura segoviana, donde nos topamos con un molino en ruinas, el del tío Jacinto, y como a una hora del inicio, con la aldea fantasmal de Guijasalbas, una pedanía de Valdeprados donde a mediados del siglo XX vivían 104 vecinos y hoy ninguno. Como está vallada –forma parte de una explotación ganadera– y no se puede visitar, no queda otra que dar media vuelta y volver por el mismo camino. En total, son seis kilómetros y un par horas de sencillo paseo.

Fuente: HOLA.COM

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